Joan Collet, presidente del RCD Espanyol, salió a defender a su afición de las acusaciones de gritos racistas a Neymar afirmando que cada vez que empatan contra el Barça, “resulta que después sale alguien y te dice que hubo un grito de no sé que”.
Los campos de fútbol, en los que se reproducen algunos de los peores comportamientos de nuestra sociedad (la pancarta machista contra Shakira es un ejemplo), presencian continuamente manifestaciones de racismo y xenofobia contra jugadores de diferentes nacionalidades o color de piel. En especial son los de piel oscura los que más lo sufren, al recibir gritos que imitan el sonido de un mono. Así le pasó a Neymar en un partido contra el Espanyol, tal y como demuestran estas imágenes.
Tras estos hechos, la cuestión del racismo dejó de ser motivo de denuncia unánime y pasó a ser un lance más del juego y motivo de enfrentamiento entre ambos equipos. Como si el racismo fuera arma arrojadiza contra el otro equipo y no una lacra del conjunto de la sociedad. Esta percepción es la única que explica que un equipo que cuenta con jugadores negros como Caicedo, Ciani o Diop sea capaz de proferir insultos racistas a los jugadores negros rivales.
Lo ocurrido en el estadio del Espanyol no es ni el primer ni el último incidente de este tipo sobre un campo de fútbol. Cualquier aficionado al balompié recuerda el amago de Samuel Eto’o de abandonar el estadio del Real Zaragoza tras ser constantemente increpado con gritos de mono. O el incidente del año pasado que sufrió Dani Alves en casa del Villarreal CF, cuando un aficionado le lanzó un plátano desde la grada.
Parece que las campañas de la FIFA contra el racismo no están surtiendo efecto, pese a las grandes pancartas que se suelen desplegar en los partidos de ‘Champions’ que se juegan bajo su paraguas. Competiciones domésticas como la liga española tienen un historial pésimo a la hora de sancionar este tipo de muestras de odio. Así lo demuestran los 9.000 euros de multa que recibió el Zaragoza tras el acoso que sufrió Eto’o o los 12.000 al Villarreal tras el bochornoso incidente que tuvo a Dani Alves como protagonista. En este caso, el verdadero castigo recayó sobre el aficionado autor del lanzamiento, que fue sancionado por el club de por vida.
El mensaje que se lanza desde el mundo del fútbol en España es claro. El racismo sale barato, cuando ocurre es obra y gracia de un par de personas y es una forma de animar (¿?) al equipo o minar la moral del rival. Y por supuesto, todo esto tiene su consecuencia “a pequeña escala”, en los campos de fútbol de categorías inferiores que pasan del radar de los medios de comunicación y el gran público, como cuando un niño de 11 años tuvo que sufrir insultos racistas por parte de un aficionado y esto desemobocó en la suspensión del partido ante la gravedad de los hechos.
Hasta el momento, no ha existido ni un ápice de condena por parte de las altas esferas del mundo del fútbol que ayude a erradicar una realidad latente en el deporte. Así, la discriminación se recrudece cuando hay una pelota de por medio y no se envía un mensaje de mano dura al uso del racismo como una forma más para ganar al equipo rival.
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