En el día a día de las personas solicitantes de asilo todo lo humano se burocratiza

Samuel Maiorana / Natalia Hostalot

La sonrisa amable de Adesotu Aguebor es síntoma de su optimismo inquebrantable. Sin embargo, la vida de este hombre de origen nigeriano no ha estado exenta de trabas. Llegó a España buscando asilo hace 18 años, tiempos en los que Nigeria atravesaba una situación socio-política crítica, producto de una dictadura militar que finalmente alzó su poder en manos del general Abacha. Desde entonces, las barreras  que Adesotu ha tenido que sortear son innumerables, y algunas de ellas siguen estando muy presentes en su realidad, pero reconoce que encontrar un lugar donde vivir ha sido una de las más difíciles: “la primera fase de mi asilo finalizaba y tenía que buscar un lugar donde vivir, ¿pero quién me iba a alquilar su casa, sin saber español y sin contrato de trabajo?”.

En el día a día de las personas solicitantes de asilo, todo lo humano se burocratiza

Tras casi dos décadas después, personas como Adesotu siguen viéndose obligadas a dejar su tierra atrás, porque en ellas caminar y vivir se ha convertido en verbos incompatibles. Sin embargo, la situación de quienes huyen para sobrevivir choca con la realidad de las cifras que manejan diversas ONGs, las cuales denuncian que España a 28 de Diciembre de 2016  tan solo ha concedido asilo a 898 personas. Esta irrisoria cifra representa el 5% del total de las 17.337 personas que el Gobierno se había comprometido a acoger, lo que significa que 16.439 se han quedado atrapadas en un limbo burocrático donde sus cuerpos y sus sueños se congelan a la espera de un golpe de suerte. No obstante, para el 5% que sí ha conseguido cruzar la frontera, pisar tierra española no ha sido sinónimo de tranquilidad, pues a pesar de que España está adherida a la Convención de Ginebra, y por tanto obligada a prestar protección a las personas solicitantes de asilo, éstas  han de hacer frente a una serie de vicisitudes extremadamente complejas que deben resolver en tiempo record.

El proceso de acogida

Nada más pisar territorio español, la persona solicitante de asilo debe acudir a la Oficina de Asilo y Refugio (O.A.R) donde deberá formalizar dicha solicitud. En ese momento le dispondrán de una acreditación temporal a la espera de la concesión o denegación de su asilo. En lo que transcurre dicha espera, la persona entra en una Red de Acogida donde destacan dos fases: en la primera, la persona pasa a vivir en recursos especializados en acogida temporal de personas solicitantes de protección internacional. Durante seis meses han de aprender español, un oficio (reciclaje profesional), establecer sus propias redes, adaptarse a la cultura, ajustar las expectativas, escolarizar a sus hijos (si los tuviera), y antes de finalizar el período, prepararse para la  búsqueda de alquiler y empleo. En la segunda fase, cuya duración es de doce meses, la persona recibirá una ayuda económica de carácter temporal que presumiblemente le permitirá hacer frente a un alquiler a la vez que se encuentra en búsqueda activa de trabajo.

 “Yo he tenido suerte, pero algunos de mis compañeros  se han quedado literalmente en la calle, viviendo en garajes o casas abandonadas”

Samuel Maiorana conoce bien el proceso antes nombrado, al igual que Adesotu, este joven venezolano también es solicitante de asilo. Llegó a España en verano del 2016 y tras el proceso correspondiente en la O.A.R fue trasladado a Dianova (un centro de acogida situado en Ambite, a las afueras de Madrid). Hasta Diciembre de 2016, esta entidad estuvo en pleno funcionamiento gracias a las subvenciones económicas del Ministerio de Empleo y Seguridad Social. Sin embargo, la polémica generada tras numerosas denuncias acerca de su gestión y respeto de los derechos de sus usuarios, Dianova cerró y se vio obligada a reubicarlos en otras entidades. Samuel comenta sentirse afortunado, pues su reubicación fue en Cruz Roja, donde se encuentra finalizando la primera fase de su acogida: “Yo he tenido suerte, pero algunos de mis compañeros se han quedado literalmente en la calle, viviendo en garajes o casas abandonadas”– comenta mientras busca entre sus documentos la Tarjeta Roja que le acaba de ceder la O.A.R.

La tarjeta roja representa la admisión a trámite de su expediente de asilo, y es el documento legal y oficial que le permite residir y trabajar en todo el territorio español. Ello implica que a partir de ahora, Samuel entra en la fase donde tiene que buscar de forma inmediata un lugar donde vivir y un trabajo que le permita hacer frente al alquiler de su vivienda. El carácter inmediato de la búsqueda de alquiler y empleo radica en la temporalidad limitada tanto de la Tarjeta Roja como de la ayuda económica correspondiente a esta fase. Esto sitúa a  Samuel (y a todas las personas que se encuentran en la misma situación que él) en una coyuntura  marcada por la incertidumbre y la vulnerabilidad, donde el tiempo apremia.

Las barreras

La dificultad que supone para las personas solicitantes de asilo encontrar de forma autónoma un lugar donde vivir, es proporcional a la angustia que sienten. Las inmobiliarias y los particulares se muestran extremadamente reticentes al alquiler de sus viviendas a personas refugiadas. Probablemente, son múltiples las barreras que promueven esta reticencia, sin embargo, algunas se dan con mayor asiduidad que otras.

Mar Escudero, responsable del Voluntariado de la Fundación la Merced Migraciones y Laura Fernández, coordinadora del Área Convivencial, entienden la barrera idiomática como una de las más destacables. Finalizados los primeros seis meses de acogida, muchas de las personas solicitantes de asilo no han alcanzado un nivel de español que les permita mantener una conversación fluida en la que puedan explicar a los potenciales arrendatarios la peculiaridad de su circunstancia. Esta ruptura comunicativa entorpece un proceso de por sí complicado, disminuyendo aún más las probabilidades de acceso a una vivienda. A esta barrera idiomática se suma la que plantean Orlando Cazorla y Cristina Sirur desde CEAR, pues ambos aluden a las características de un mercado inmobiliario hostil que en muchas ocasiones resulta incompatible con la precariedad económica del refugiado, el cual, recordemos, dispone de una ayuda económica con fecha de caducidad. Esa inseguridad económica futura, genera recelo en los posibles arrendatarios, prefiriendo alquilar a personas con una entrada económica que perciban menos ambigua.

“En ocasiones se abre la puerta de las viviendas de la entidad para que el vecindario empiece a confiar, y aún así, no es suficiente”

Sin embargo, a las dificultades lingüísticas y económicas, se suma el miedo a lo desconocido, que despierta todo tipo estereotipos y prejuicios arraigados y difíciles de combatir. Laura Fernández, comenta que para contrarrestar esta situación, se realizan encuentros para explicar el trabajo que la entidad lleva a cabo con personas migrantes y refugiadas tanto con el arrendatario como con los vecinos, sirviendo de aval y tratando de favorecer una convivencia intercultural: “en ocasiones se abre la puerta de las viviendas de la entidad para que el vecindario empiece a confiar, y aún así, no es suficiente”.

En el día a día de las personas solicitantes de asilo, todo lo humano se burocratiza,  la realidad se desvirtúa, y la condición de asilo adquiere un carácter que jamás habrían imaginado antes de cruzar la frontera. Adesotu subraya: “Somos personas que queremos trabajar, que queremos vivir tranquilos, queremos reconstruir nuestras vidas”.

 

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