Paula Guerra: “Activismo es romper con discursos que se han construido sobre nosotras sin nosotras”

Paula Guerra, activista antirracista / Youssef Ouled

Paula Guerra Cáceres (Chile, 1976) es desde el 19 de mayo la nueva presidenta de SOS Racismo Madrid. Paula es licenciada en Comunicación Social y se define a sí misma como antirracista, feminista y animalista. En Madrid, ha participado en diferentes movimientos políticos y sociales, desde hace un tiempo vierte sus posturas y reflexiones en eldiario.es

En esta entrevista nos entrega su opinón sobre el rol de la izquierda blanca y el feminismo hegemónico en la lucha contra el racismo, y cómo ambos movimientos participan de la producción y reproducción del racismo social e institucional.

También nos habla sobre la necesidad de articular un movimiento de personas migrantes y racializadas capaz de convertirse en una fuerza política y social dentro del Estado español, como requisito indispensable si queremos que la lucha antirracista pase del discurso a producir un cambio real en la sociedad.

 

¿Cómo y por qué surge tu motivación para ingresar a SOS Racismo Madrid?

En Chile trabajé como responsable de prensa para un concejal de la ciudad de Santiago y una de las primeras cosas que hicimos fue denunciar las pintadas racistas y xenófobas que aparecían contra la comunidad peruana en el centro de la ciudad. Eso fue el año 2000. Ya en esa época una de mis motivaciones era defender el derecho que tenemos todas las personas a migrar, a elegir nuestro país de residencia. Por entonces yo no vinculaba los actos xenófobos con la idea de racismo, y mucho menos con la idea de racismo estructural. Para mí, las actitudes xenófobas eran cosa de personas concretas que no tenían relación con un problema de racismo a escala global. En ese sentido, tenía muy bien asimilado el discurso de Occidente. De hecho, mi formación estaba vinculada a una universidad marxista, a la militancia en un partido de centro izquierda y a la reflexiones teóricas provenientes de las lecturas clásica de la izquierda blanca. Con esa mentalidad llegué a Madrid. Como siempre digo, yo era una migrante alienada, la clásica persona migrante que llega a la metrópoli pensando que todo lo que proviene de Occidente es mejor. Hasta que pasé de sentirme turista a sentirme una migrante y entonces choqué con la realidad. Fue entonces cuando decidí ser parte activa de la lucha antirracista.

Tu compromiso en SOS Racismo comienza en el año 2014. Durante este tiempo has desarrollado tu actividad en diferentes áreas de la asociación. Como todo equipo, hemos crecido, madurado, y cambiado. ¿Cómo podrías describirnos SOS Racismo a día de hoy?

Cuando llegué a SOS Racismo éramos 3 o 4 personas migrantes en toda la asociación, por lo menos las que participábamos en las asambleas y actividades. Desde el principio esta situación me pareció una anomalía y un signo claro de que SOS Racismo Madrid estaba fallando en su rol de ser un referente para el mundo migrante y racializado. Recuerdo que me chocaba mucho participar en reuniones donde se hablaba de “las personas migrantes” y darme cuenta que yo formaba parte de ese hablar en tercera persona como si yo misma no fuese una migrante. Era una situación extrañísima. Luego comprobé que en diferentes colectivos y movimientos que se definían como antirracistas pasaba exactamente lo mismo. Eran espacios donde el discurso siempre estaba construido y liderado en su inmensa mayoría por personas blancas y europeas, en donde las personas migrantes y racializadas ocupábamos un rol secundario, un rol desde mi punto de vista estético, que no hacía más que dar validez política a esos espacios. Sé que lo que digo provoca escozor en algunas de las personas que llevan muchos años participando en espacios antirracistas, pero también creo que es un deber personal y político revisarse y preguntarse por qué el discurso emancipatorio de quienes sufren la opresión puede provocar tanto escozor e incomodidad. Volviendo a tu pregunta, SOS Racismo Madrid ha dado un salto cuantitativo y cualitativo gigante este último tiempo. A día de hoy nuestra asociación no solo está compuesta en su mayoría por personas migrantes y racializadas, sino que hemos conseguido instalar, junto con otros colectivos afines, conceptos como “racismo institucional” y “antirracismo político”.

“No sacas nada con educar a la gente si la estructura político-social sigue siendo racista”

¿Por qué son importantes estos conceptos?

Son significativos porque implica entender el racismo como una cuestión de estructura y no como una cosa anecdótica relacionada únicamente a conductas individuales. Muchas personas que se definen como antirracistas siguen pensando que el racismo es una cuestión de gente de extrema derecha, neonazi, etc. La lucha antirracista que se surge de esta visión es una lucha antirracista moral que cree que la gran solución pasa por educar a la gente. Cuando cambias el paradigma, cambias también el enfoque de la lucha. Entender que el racismo es estructural y constitutivo de la Modernidad como proyecto civilizatorio implica cuestionar las bases mismas del proyecto europeo como defensor y garante de los DDHH. El proyecto europeo está cimentado sobre el genocidio, la explotación y el expolio de los países del sur global, en base a la idea de que determinadas personas, y todo lo que se desprende de ellas, son racialmente inferiores. Por ello es que durante siglos se han inferiorizado nuestras culturas, nuestras lenguas, conocimientos científicos, epistemologías, en resumen, nuestra cosmovisión.

Cuando comprendes esto te das cuenta de que no sacas nada con educar a la gente si la estructura político-social sigue siendo racista, si siguen existiendo instituciones, leyes y prácticas institucionalizadas que nos sitúan a las personas migrantes y racializadas en una posición de inferioridad en la escala social, convirtiéndonos en sujetos con menos derechos o directamente en sujetos de no derechos. ¿Hay que educar a la gente?, por supuesto. Pero también, hay que luchar por terminar con las estructuras y las instituciones que legitiman y perpetúan ese racismo social.

Paula Guerra, SOS Racismo Madrid / Youssef Ouled

Hace un año escribías que las personas migrantes y racializadas sufren problemáticas relacionadas con el hecho intrínseco de serlo, pero que estas suelen ser “contadas” y “explicadas” (sic) por quienes no las viven en primera persona ¿Por qué crees que se dan estas resistencias a aceptar el lugar de enunciación desde determinados activismos?

Siempre lo digo, reconozco y valoro el camino allanado por quienes llevan tiempo en la lucha antirracista, pero también creo que era indispensable dar el paso siguiente: que quienes sufrimos el racismo pasáramos a formar parte de la primera línea de la construcción del discurso y la acción. Pienso que las resistencias para aceptar que el lugar de enunciación de una persona blanca-europea nunca podrá ser el mismo que el de una persona migrante y racializada, tiene que ver con la incapacidad de reconocer los propios privilegios. Estas resistencias provienen básicamente de la izquierda blanca y del feminismo hegemónico. Cuando lees o escuchas consignas como “nativa o extranjera es la misma clase obrera” o cuando una feminista blanca te dice que “todas las mujeres estamos hermanadas en la opresión” te das cuenta de que ambos grupos continúan en la lógica de los discursos construidos desde el privilegio racial. Marx teorizó sobre los derechos del obrero blanco pero nunca dijo nada sobre el negro, el esclavo, simplemente porque para él el negro ni siquiera existía. Lo mismo pasó con las feministas blancas que teorizaron sobre los derechos de las mujeres… ¿sobre qué mujeres? ¿Incluyeron en sus discursos a la india, a la negra, a la mora, a la gitana? No. Sus discursos provenían básicamente de una burguesía que, como mucho, tomaría en cuenta a la obrera blanca. Por tanto, el discurso de ambos grupos es un relato construido desde el privilegio racial que no ha hecho más que invisibilizar e inferiorizar las narrativas de los pueblos no occidentales, contribuyendo con ello a la construcción del discurso racista occidental.

“Era indispensable dar el paso siguiente: que quienes sufrimos el racismo pasáramos a formar parte de la primera línea de la construcción del discurso y la acción”

En el artículo antes nombrado realizas una crítica a la izquierda blanca (conceptualización que señala una forma eurocentrada de hacer política) y que “nos ve como objetos políticos de su discurso, pero no como sujetos del mismo” ¿Cómo aliarse con una izquierda que relega el racismo a una opresión más y no como una forma de jerarquización que privilegia a unas personas sobre otras?

Cuando se nos dice que es necesario hacer alianzas, lo primero que tenemos que preguntarnos es con quiénes las podemos establecer, qué tipos de alianzas y para qué. ¿Qué trabajo conjunto podemos realizar con personas que no solo son incapaces de reconocer sus privilegios, sino que además rechazan nuestro discurso emancipatorio? El racismo es un sistema mayor de opresión tanto o más fuerte que el sistema de opresión de clase o de género. Negar esto es en sí un acto racista porque significa negar siglos de opresión racial. No solo personas, sino países y continentes enteros han sido racializados en la inferioridad. Han destruido, rechazado o silenciado nuestra cultura, nuestra lengua, nuestra cosmovisión, nos han asesinado y explotado, y todo esto lo han hecho basándose en el criterio de la inferioridad racial. Negar esto y hablar únicamente de clase y de género es racista.

En ese sentido, creo que las alianzas más importantes y urgentes se tienen que dar entre las propias comunidades racializadas que habitamos el Estado español. Creo que la única forma de producir un cambio real en la sociedad es que nos convirtamos en un grupo político articulado capaz de ejercer presión al poder. Para eso necesitamos estar unidxs y coordinadxs. Hay movimientos como el LGTBIQ+ que ha conseguido avances en sus reivindicaciones porque ha pasado de ser un movimiento marginal a convertirse en un colectivo capaz de ejercer esa presión. ¿Cómo podemos conseguir la derogación de la Ley de Extranjería, el cierre de los CIE o el fin de las paradas racistas si no somos lo suficientemente potentes como para presionar al poder?

Es decir, tenemos que ser discurso y acción

Claro. Por un lado, tenemos que construir y difundir nuestro propio relato, dejar de ser sujetos sobre los que se cuentan cosas o se investigan cosas para pasar a ser sujetos activos, creadores de discursos y capaces de llevar nuestras reivindicaciones a la acción política. Ni nos podemos quedar solo en el discurso ni las acciones pueden estar vaciadas de contenido. Este es un trabajo arduo porque las comunidades racializadas, como todo grupo humano, somos muy diversas, pero creo que no es algo imposible de conseguir. Lo que sí creo es que implicará bastante tiempo y trabajo. En este momento quizás estamos más en una etapa discursiva, consolidando nuestro lugar de enunciación, pero esta etapa no puede ser eterna, hay que dar el paso siguiente creando alianzas entre nosotrxs, llegando a consensos sobre nuestras reivindicaciones y las formas en que queremos expresarlas y llevarlas a cabo. Simultáneamente, podemos ir articulando un trabajo conjunto con las personas blancas y europeas aliadas que quieren luchar contra el racismo y que han entendido que en esta lucha tienen que abandonar completamente el paternalismo y mantenerse en una segunda línea. Todo esto se está consiguiendo poco a poco, hay que mantener el ritmo y seguir trabajando.

En el contexto de la huelga del 8M hubo posiciones críticas, en tu caso señalaste que la narrativa del feminismo eurocentrado, por su pretensión universalista, consolida la idea de que “las mujeres” somos una unidad condicionada por el género. ¿Es este uno de los sectores que más se resiste al discurso antirracista de las comunidades racializadas?

No sé si es el que más se resiste pero sí es verdad que es uno de los sectores desde el que hemos recibido algunas de las críticas más duras. Por algún motivo, cuando le dices a las feministas blancas que no pueden igualar su opresión al de una chica negra, mora o gitana, se ponen furiosas y te sueltan todo tipo de cosas, algunas bastante cercanas al insulto. Esto es algo que nunca podré entender. Dentro de las mismas comunidades racializadas hay conciencia de que algunas sufrimos menos opresión que otras; mi opresión, por ejemplo, está lejísimo de compararse a la que puede sufrir una chica negra, y ya ni hablar si es una chica negra sin papeles. Son cosas tan evidentes que ni siquiera habría que discutirlas. Es muy violento que a una persona le nieguen sistemáticamente su experiencia vital, su biografía, y esto lo hacen constantemente las feministas blancas. Me ha tocado escuchar cosas como “las mujeres negras pueden ejercer opresión sobre nosotras” y seguido a eso te ponen una serie de ejemplos ficticios de situaciones que podrían llegar a ocurrir. ¡Y se esfuerzan por buscar los ejemplos más enrevesados! Se comportan igual que el machirulo que afirma ser víctima de las “feminazi”.

Luego están las feministas que, reconociendo que sus opresiones son muy diferentes a las nuestras, te piden que te unas a ellas “para hacer causa común”. Mi respuesta siempre es la misma: ¿Por qué no te unes tú a nosotras?, ¿por qué tenemos que ser siempre las personas migrantes y racializadas las que nos diluyamos en una lucha y discursos que no nos representa, y que además nos inferioriza, solo para dar la idea de unidad? ¿Quién ganaría con esa unidad? Desde luego, nosotrxs no. Esa “unidad” lo único que hace es invisibilizarnos e inferiorizarnos.

“El dolor, la frustración y la rabia hay que convertirlos en acción política”

Manifestación contra el racismo el 12 de Noviembre de 2017 / Imagen de SOS Racismo Madrid

En este sentido, desde tu perspectiva como mujer racializada ¿Qué implica la participación activa en estos espacios? ¿Qué supone el activismo para nuestros colectivos?

Supone romper con los discursos que se han construido sobre nosotrxs sin nosotrxs, terminar con el paternalismo y la infantilización de la que hemos sido objeto, y comenzar a hablar en primera persona. Implica poner nuestras prioridades sobre la mesa y reivindicar cosas que el antirracismo moral ni siquiera sabía que existían. Por eso creo que es muy importante nuestra unión, nuestra fuerza. Hay muchxs compañerxs racializadxs en el estado español que sufren opresión racial día a día, constantemente, si ese dolor y esa rabia nos paraliza o si sólo la convertirnos en el podio desde el cual lanzar nuestras consignas antirracistas, no avanzaremos en nada concreto. El dolor, la frustración y la rabia hay que convertirlos en acción política, tenemos que ir a los barrios, salir de los espacios de siempre y politizar los discursos y las acciones si queremos combatir de verdad el racismo estructural. Varios colectivos ya estamos en eso, hacia allá vamos.

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