Un caso de brutalidad racista con consecuencias para la testigo

Lo que sigue a continuación es el testimonio de una joven que acude a Es Racismo con el fin de visibilizar una vivencia que pone de manifiesto la brutalidad del racismo institucional y los impedimentos existentes a la hora de denunciarlo.


El día 13 de agosto 2016, fui testigo de un acto de brutalidad cometida por varios policías encubiertos en el centro de Madrid. Durante el acto, un grupo de policías de uniforme formó una barrera humana alrededor para ocultarles los acontecimientos a los pasantes en la zona. El incidente ocurrió por la madrugada cuando la gente salía de las discotecas y las fiestas, borracha y poco consciente de su entorno: quizás un momento estratégico elegido por los perpetradores. A mi no me consiguieron distraer, fui plenamente consciente y atenta a lo que pasaba.

“De repente, los policías le empezaron a golpear y nos quedamos mis amigos y yo en shock, sin poder creer lo que veíamos.”

Yo estaba con unos amigos, de camino a casa después de haber disfrutado una noche en las fiestas del distrito de La Latina (Madrid), cuando vimos a un coche sin marcas parar en la calle. Dos hombres salieron de él y enseñaron sus placas a un joven negro. No sabíamos lo que había sucedido antes, pero en ese momento le pidieren al chico que recogiera una caja que estaba en el suelo. El chico le dio una patada a la caja y los policías le regañaron y le dijeron que usara las manos. De repente, los policías le empezaron a golpear y nos quedamos mis amigos y yo en shock, sin poder creer lo que veíamos.

Luego llegaron cinco coches más de policía y fue entonces cuando los de uniformes intentaron proteger a sus compañeros de cualquier testigo peatón que les pudiera incriminar. Mis amigos, blancos y de Sudáfrica, exclamaron que no eran conscientes de que este tipo de cosas ocurre también en Europa.

Al principio, nos quedamos allí en shock sin hacer ni decir nada. Pero pronto me di cuenta de que tenía que hacer algo, aunque no hablara muy bien español. Me acerqué y pregunté a un policía por qué estaban atacando a una persona desarmada. En este momento uno de los policías encubiertos empezó a empujarme para atrás, diciendo que le dejáramos en paz. Le contesté preguntando: “¿Cuándo nos iban a dejar en paz a las personas negras desarmadas?”.

Le pusieron esposas al hombre y le subieron al coche mientras su compañera, quizás su pareja, se quedó sola en el bordillo de la calle, gritando y llorando. Yo suponía que le llevaban a la comisaría de calle Leganitos, ya que sería la más cerca.

Al día siguiente, busqué consejo en un fórum de Facebook, explicando lo que había pasado y preguntando a la gente qué sería la mejor forma de actuar. Aunque no conocía al joven, me negaba quedarme quieta y no hacer nada. Algunos compañeros me recomendaron ONGs que trataban la injusticia policial, pero siendo agosto no estaban activas, así que decidí tomar la iniciativa de ir directamente a la comisaría a denunciar lo que había visto. Fui con un amigo blanco con la idea, quizás un poco absurda, de que ayudaría a suavizar la situación y garantizar un tratamiento más digno.

Entonces aquel día de agosto, encontré la valentía de intentar denunciar. En retrospectiva, fui muy ingenua pensar que esto no acabaría perjudicándome, ingenua al pensar que esto no tendría ninguna consecuencia negativa para mí. Al entrar en la comisaría, pedí un intérprete para facilitar la comunicación. Aunque en realidad mi amigo blanco hablaba español, sentía la necesidad de tener a alguien imparcial para traducir. Unos años antes, había usado este mismo servicio cuando me robaron el bolso, y la misma intérprete era muy simpática y me ayudó mucho. Esta vez, no fue así. La intérprete me dijo que yo tenía que hablar con alguien por teléfono para realizar la denuncia, pero cuando hablé con el señor por teléfono, me dijo que él no trataba este tipo de incidencia. Ésta fue la primera información incorrecta que nos dio ese día. Después tuvimos que esperar dos horas antes de que nos atendieran.

Cuando por fin nos tocó dar el testimonio, lo primero que nos preguntaron fue por qué habíamos tardado tanto en presentarnos, a lo cual les contesté que francamente tenía miedo de hacerlo antes. La intérprete se lo tradujo al policía y los dos se pusieron a reír, como si fuera ridículo tener miedo a denunciar a un grupo de policías. Mientras les daba mi testimonio, la intérprete volvió a transmitir información errónea: les conté que había cinco coches de policía, y ella tradujo que había cinco agentes de policía.

“La intérprete entendió mi comentario como un ataque hacia España y me dijo que  volviera a mi país. Le expliqué que criticar al sistema no es atacar a todo el país y que diría lo mismo del mio propio, Reino Unido”

Ella seguramente pensaba que yo no me enteraba de nada. Me quedé frustrada y enfadada y le dije que dejara de mentir y que tradujera exactamente lo que decía. Mientras seguía dando mi testimonio, le pregunté si era normal que hubiera cinco coches de policía por una persona desarmada, añadiendo que a mí me parecía una muestra obvia del racismo institucional. La intérprete entendió mi comentario como un ataque personal hacia España y me dijo de volver a mi país. Le expliqué que criticar al sistema no es lo mismo que atacar a todo el país o el pueblo español y que diría lo mismo de mi propio país, Reino Unido.

En un momento dado, un policía de otro despacho vino a dar su opinión. A mi modo de ver, él no tenía ningún derecho de acercarse y interrumpir. Fue maleducado y condescendiente y solo sirvió para empeorar la situación y hacerla más incómoda. Me habló como si fuera una niña pequeña y le dije que me hablara con más respeto. Pedí su número de placa y conseguí obtenerlo, aunque ese momento comenzaron a echarnos de la comisaría.

Toda la experiencia fue sumamente agotadora. Quise hacer más, pero me quedé sin energías y me sentí vencida.

Ahora, avanzamos casi tres años después hasta el día 3 de enero 2019, veo un embargo puesto en mi cuenta bancaria de 108 euros. No entendía para qué era ya que no tenía ningún pago pendiente y no había recibido una notificación por correo. Una compañera del trabajo me hizo el favor de hablar con Hacienda por teléfono. Nos contaron que el embargo era por una multa que había sido impuesta por la policía pero no ofrecieron ninguna clarificación.

El día 14 de enero visité una oficina del Ministerio de Política Territorial y Fundación Pública para pedir todos los documentos e información relacionada con la multa. Un empleado de la oficina me explicó que me habían impuesto una multa por falta de respeto hacia un agente de policía. Concretamente, según el parte de intervención que me enseñaron: ‘Desobediencia a agente de la autoridad y falta de respeto’. La multa total que tenía que pagar era de 700 euros. Me quedé en un estado de shock y confusión. Había escuchado hablar de la Ley Mordaza y cómo criminaliza a la gente que saca fotos a los policías para exponer las malas conductas. No tenía ni idea de que esta ley incorporaba como delito la ‘desobediencia’ también, ni cómo equivalieron mi comportamiento a una ‘falta de respeto’.

“Lo peor de todo no ha sido el dinero que tengo que pagar sino las mentiras que contaron sobre mí en el informe policial junto a la multa”

Además, cuando un empleado de la oficina me imprimió toda la documentación que se supone que me intentaron enviar a mi domicilio, había varias inconsistencias en mis datos personales que me llevaron a pensar que realmente habían enviado todos los documentos directamente a la oficina del ministerio, sin pretender avisarme por correo oficial.

Lo peor de todo no ha sido el dinero que tengo que pagar sino las mentiras que contaron sobre mí en el informe policial junto a la multa. Escribieron que les llamé ‘hijos de puta’, una expresión nativa que nunca usaría debido a mi nivel de español. También apuntaron que yo les cuestionaba de una manera agresiva. En ningún momento mencionan la razón por la que me presenté a la comisaría, y me pintan como una persona con demasiado tiempo libre, con nada mejor que hacer que insultar a la policía.

Al hablar con unos abogados, me aconsejaron que no merecería la pena llevarlo a juicio ya que acabaría gastando más de la totalidad de la multa. Así que no me quedaba otra opción. Creo que este tipo de multa sirve de violar nuestra libertad y evitar que la gente busque justicia frente a un sistema corrupto.

La autora de este texto prefiere guardar el anonimato por miedo a represalias. El texto original lo recibimos redactado en inglés y ha sido traducido al español por nuestra colaboradora Genevieve Peattie.

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