Cuando la superioridad se disfraza de “acogida”


“La verdad desnuda. Eso necesita este país para limpiar la atmósfera impregnada de espejismos, de estereotipos y de mentiras a cerca de la cuestión racial desde hace cuatrocientos años”, Malcolm X.

Desde que Malcolm X pronunciara estas palabras, los cuatrocientos años en Estados Unidos han pasado a ser más de 500 años en España. Eso se puede ver en la campaña de la Comisión de Ayuda al Refugiado (CEAR) en la que nos muestran cómo tres personas refugiadas reparten postales en la calle para agradecer la acogida que les ha brindado la sociedad española. Acompañados de una emotiva música de piano para interpelar a las emociones más profundas.

España, Europa, no son lugares de “acogida”, más bien lugares de sufrimiento, tortura y muerte para quienes intentan o consiguen llegar.

“Agradecer la acogida” explican en su Twitter. Automáticamente las persona migrantes que habitamos este país y conocemos de cerca (bien por ser sujetos a quienes va dirigido o bien porque trabajamos contra él) el racismo institucionalizado, alertamos que este se ve reforzado con campañas moralistas. Sabemos que España, Europa, no son lugares de “acogida”, más bien lugares de sufrimiento, tortura y muerte para quienes intentan o consiguen llegar.

Por partes. ¿Por qué España no es un país de acogida? No puede existir ese reconocimiento cuando se caracteriza precisamente de lo contrario. El Aquarius fue un globo sonda y los centenares de migrantes que en él había fueron utilizados por la formación socialista para sus primeros días de Gobierno. Qué sucedió después. Que fue un espejismo, una excepción, propaganda electoralista del partido que promulgó la Ley de Extranjería, el mismo que ha empleado mecanismos de deshumanización como son las devoluciones en caliente o legitima y apoya la existencia de Centros de internamiento de Extranjeros (CIE), las deportaciones y, en resumen, hace una política migratoria contra el inmigrante. Recuerdo las palabras que por aquel entonces escribía Fátima Aatar en sus redes sociales: “A aquellxs políticxs que se regodean en su “bondad” por acoger 600 personas que se encuentran atrapadas en el mar: os recuerdo que no es un gesto de solidaridad sino de reparación histórica. Esta gente huye de la miseria que sembrasteis y sembráis en nuestros países. #Aquarius”.

No se puede hablar de “acogida” cuando se institucionaliza la revictimización. Los CIE están llenos de migrantes que han sufrido persecuciones políticas en sus países, de mujeres víctimas de trata (o que han sido violadas en el proceso migratorio) que en no pocas ocasiones acaban siendo deportadas a los lugares de los que huyeron. ¿Se pueble hablar de acogida cuando se obliga a pernoctar bajo el frío y la lluvia a hombres, mujeres y menores para conseguir una cita de la cita e iniciar así el trámite de protección internacional como se ha hecho durante semanas en Aluche? Y cuál es la situación actual, una Oficina de Atención al Refugiado precaria, sin personal y sin interés por cambiar. Mientras esperan la cita, se da la posibilidad de ser detenido por la policía y  sin capacidad de demostrar que eres peticionario de asilo acabas deportado, “cuestión de suerte”, respondió un agente al ser preguntado por una de las personas que se hallaba en aquella humillante fila. Otra de las lagunas que genera esa espera es la imposibilidad de acceso a los recursos.

Y después, cuando por fin consigues entrar en el complejo “circuito del trámite de asilo”, con suerte te habilitan un lugar donde poder alojarte, a veces, la comida que te facilitan viene plastificada y es para toda la semana, incluso se da la posibilidad de que no se respete tu dieta y como musulmán acabas guardando en tu frigorífico carne no halal o de cerdo. Cuando consigues sobrevivir a este entramado y tienes la posibilidad de trabajar en un país que no conoces, “te buscas la vida”.

Porque Europa no es un lugar de acogida. Europa se ha beneficiado históricamente del acceso a los recursos (y los cuerpos, como mercancía) de muchos de los países de los que hoy huyen personas migrantes. Europa sabe de recursos, no de personas. Europa (y los europeos) tiene el libre acceso a los territorios mientras que prohíben la entrada de los migrantes del Sur Global que tratan de escapar a situaciones sociopolíticas generadas desde el Norte. Europa hace políticas de condena a las personas migrantes. Por ejemplo, la Directiva 2001/51/CE que sanciona a los transportistas –como son las compañías aéreas- si transportan pasajeros que no estén en posesión de documentos de viaje válidos con multas de entre 3.000 y 500.000 euros por persona, obligando a que tengan que viajar en pequeños botes de goma poniendo su vida a merced del mar y pagando miles de euros por una plaza, mientras que viajar en avión desde Turquía cuesta menos de 100 euros. Es una sentencia casi segura de muerte. El pasado mes, al menos 113 perdieron la vida o desaparecieron en el mar mientras intentaban alcanzar las costas españolas, convirtiendo noviembre en el mes de 2018 que más muertes registra, según datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). A fecha de 29 de noviembre habían fallecido en el mar camino de España en lo que va de año un mínimo de 678 migrantes. No en vano en las manifestaciones antirracistas se grita: “No son muertes, son asesinatos”.

¿Acogida?

“Acoger”, “tolerar”, “integrar”… el lenguaje traslada significados y marca lugares de habla. No son conceptos inocentes, forman parte de la jerga y acción de muchas de las organizaciones que “trabajan” por “mejorar” la vida de las personas migrantes con las que se nos encierra en un lugar sin salida, el de subordinación. Quien acoge, tolera, integra… decide el marco y el contexto en el que ha de tener cabida ese Otro si quiere formar parte de “su sociedad”. Campañas como la de CEAR son racistas, porque colocan a las personas en busca de refugio (que no refugiadas) en el escenario de caminar con la vergüenza de ser lo que son y agradecer a una sociedad -que se beneficia del racismo estructural- su asimilación. Deberíamos empezar a hablar de privilegios cuando un “derecho humano” solo es derecho para algunos humanos.

El paternalismo y el asimilacionismo, también es racismo. Sobre este último, decía Malcolm X, “es un mecanismo creado por el blanco que ha perjudicado más a los blancos porque ello les permitió autoconvencerse de su propia superioridad”, eso es lo que crean este tipo de campañas, no solo reproducen sin tapujos la jerarquización racial, sino que con frecuencia contribuyen a reforzar el imaginario que la sostiene.

Esas lógicas desempoderan a las personas migrantes, las desactivan políticamente, y por ende, las personas y sociedades euro-blancas tienen que entrar a salvarlas”

Sobre ello reflexiona para Es Racismo, Daniela Ortiz (Cuzco, 1985), artista peruana afincada en Barcelona, militante antirracista y anticolonial que desde el arte medita sobre temas relacionados con la inmigración, la nacionalidad o el género. “Venimos denunciando que el término “acogida” se emplea de forma racista, es importante tener en cuenta que el paternalismo es racismo por situar a las personas europeas-blancas en un plano de superioridad desde donde se articula su derecho a estar en el territorio y el hecho de no tener un sistema de persecución y detención (como el que pesa sobre las personas migrantes), se lee como un favor para poder vivir en esta sociedad sin ser perseguido y deportado”. Además, señala que, a pesar de existir un discurso de “acogida” basado en los apoyos y cuidados, no son más que leyes que “existen dentro de este sistema racista y que se tendrían que cumplir”.

Para la militante anticolonial, es importante reflexionar más allá de estos marcos, porque las lógicas paternalistas del racismo no son solamente la persecución y la violencia como pueden ser las redadas policiales y los CIE, sino que podemos ver cómo han estado presentes históricamente, “esas lógicas desempoderan a las personas migrantes, las desactivan políticamente, y por ende, las personas y sociedades euro-blancas tienen que entrar a salvarlas”. Pone el ejemplo de Leopoldo II de Bélgica, quien “para poder concretar la violencia y el sistema colonial del Congo, tenía un discurso filantrópico de sí mismo y de su situación, según el cual creaba un estado libre en el Congo para dar libertad a las personas negras y que no fueran esclavizadas. De hecho en un principio la colonización de este territorio es leída como una obra casi de caridad”, explica.

“Ese paternalismo se enraiza en la lógica, según la cual, tenemos que  responder a todas y cada una de las exigencias de las instituciones españolas, medios de comunicación, clase política… como buenos inmigrantes”

“En la actualidad”, continúa la artista, “esta lectura paternalista se puede ver en el sistema de adopción de familias blancas a familias de niños y niñas racializadas, que son vistas como un acto de caridad”. Ese paternalismo se enraiza en la lógica, según la cual, “tenemos que  responder a todas y cada una de las exigencias de las instituciones españolas, los medios de comunicación, la clase política… desde la figura del buen inmigrante que trabaja, que es bueno, agacha la cabeza y se comporta según ellos quieren. En definitiva, que se integra en la lógica de la sumisión al sistema racista que habitamos”.

Campañas como esta se enmarcan dentro de lo que Daniela llama la “industria de los derechos humanos”, en la que trabajan organizaciones y agencias europeas desde una perspectiva “eurocentrada y blanco céntrica”, “no solo se lucran de ello, además están próximas a los mecanismo institucionales del racismo y emplean en su mayoría a personas blancas”.

Es decir, por un lado refuerzan todo el imaginario racista y colonial contribuyendo a alimentar la imagen del migrante siempre vulnerable y, por otro lado, establecen campañas como “fórmulas de gestión y lucro de la situación de violencia y miseria que viven las personas racializadas y migrantes”, situaciones creadas por ese mismo Norte Global que subvenciona muchas de estas organizaciones. Por lo que propone que estas campañas cambien el foco para ser realmente efectivas y se dirijan sobre el sujeto opresor, señalando a las personas, instituciones y estados que generan la violencia racista y miseria.

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